Redacción PamiSalud Noviembre 12 2025
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En México y gran parte de Latinoamérica se está gestando una nueva forma de adicción digital: el consumo excesivo de transmisiones en vivo en plataformas como YouTube Live, Bigo, YouNow, TikTok Live y otras aplicaciones que han construido un ecosistema donde cualquiera puede convertirse en “influencer”, incluso sin contenido, sin preparación y sin intención de aportar valor. Lo que comenzó como entretenimiento casual terminó convirtiéndose en un fenómeno que erosiona la salud mental, afecta el bolsillo y está moldeando una generación que dedica horas diarias a ver discusiones, indirectas y espectáculos de bajo nivel.
El atractivo de estas transmisiones se sostiene en una falsa sensación de cercanía. La lógica del streaming basura no se basa en informar, educar o aportar algo significativo, sino en explotar el morbo. Los supuestos creadores de contenido recurren a peleas en vivo, insultos, indirectas disfrazadas de “exposiciones”, competencias absurdas y dramas inventados exclusivamente para retener a una audiencia vulnerable. Esta dinámica atrae especialmente a personas con baja tolerancia al aburrimiento, que terminan consumiendo horas de contenido que no solo no aporta, sino que degrada la capacidad de atención y normaliza la violencia verbal como entretenimiento cotidiano.
Los neuropsicólogos denominan este fenómeno como dopamina chatarra, una forma de estimulación inmediata que el cerebro recibe cada vez que ocurre un conflicto, una burla o un acto de humillación en pantalla. Esta dopamina es rápida, efímera y altamente adictiva. Reduce la capacidad de disfrutar actividades reales, provoca irritabilidad cuando el estímulo no aparece, disminuye la tolerancia a retos más complejos o productivos y genera una pérdida gradual de la concentración. El deterioro es más evidente en jóvenes que pasan de dos a seis horas al día consumiendo estas transmisiones, incapaces de sostener atención en actividades fuera de la pantalla.
El drenaje económico que acompaña este fenómeno es otro problema grave y poco reconocido. Las plataformas están diseñadas para monetizar cada segundo de atención mediante regalos virtuales, recargas de monedas, suscripciones y pagos por interacción. En aplicaciones como Bigo Live o YouNow, los usuarios pagan desde 20 pesos hasta más de 2,000 pesos por regalos digitales sin valor real. El problema es que el gasto no se percibe inmediato, lo que genera impulsos que, a largo plazo, se traducen en pérdidas económicas importantes. Casos documentados en Latinoamérica muestran usuarios que han gastado hasta un mes entero de salario mínimo solo por mantener una sensación ilusoria de cercanía con un streamer.
La idea de “comunidad” en estas plataformas es una ficción peligrosa. A diferencia de una red social tradicional, en estas transmisiones la relación entre streamer y audiencia es completamente comercial. El streamer no es amigo del usuario, no existe un vínculo emocional auténtico, la interacción siempre está condicionada al gasto y la “cercanía” que se siente es un producto diseñado para incentivar micropagos, no un vínculo humano real. Esta ilusión está llevando a muchas personas a descuidar relaciones reales, amistades, estudios o incluso su empleo por dedicar tiempo a dramas ajenos de personas que ni siquiera sienten compromiso hacia su audiencia.
En términos de salud digital, el problema crece sin regulación. Mientras que plataformas como TikTok o Twitch han comenzado a moderar comportamientos y limitar transmisiones dañinas, aplicaciones más pequeñas como Bigo Live y YouNow ofrecen controles mínimos. Esto permite transmisiones que incitan a la agresión, exponen vidas personales, incentivan retos peligrosos y normalizan insultos o discursos de odio. La consecuencia es la validación del comportamiento antisocial como espectáculo, un fenómeno que ya está afectando la salud emocional tanto de jóvenes como de adultos.
A nivel social, el impacto es profundo. Estamos perdiendo horas, dinero, salud mental y capacidad de pensar críticamente. El consumo de contenido sin propósito está moldeando una generación de espectadores pasivos en lugar de creadores activos, personas cuya vida emocional y cognitiva gira alrededor de estímulos artificiales y conflictos ajenos. El verdadero problema no es la tecnología, sino cómo esta se utiliza para fomentar dependencia emocional, económica y psicológica hacia personas que no aportan valor y que viven exclusivamente de la atención que consumen.
El streaming no es el enemigo. El enemigo es el contenido vacío que captura a millones y deteriora su salud sin que lo noten. Este fenómeno demanda atención inmediata: desde campañas de educación digital hasta regulaciones que protejan a usuarios vulnerables ante un modelo de negocio basado en explotar la soledad, la impulsividad y el tiempo libre de las personas.