LA EPIDEMIA INVISIBLE: ADULTOS QUE CONSUMEN CONTENIDO BASURA Y “STREAMERS” QUE SE AUTOPROCLAMAN INFLUENCERS CON AUDIENCIAS MÍNIMAS


LA EPIDEMIA INVISIBLE: ADULTOS QUE CONSUMEN CONTENIDO BASURA Y “STREAMERS” QUE SE AUTOPROCLAMAN INFLUENCERS CON AUDIENCIAS MÍNIMAS

Redacción PamiSalud   Noviembre 21 2025

En un país donde el 71% de la población adulta se conecta a internet todos los días (INEGI, 2024), una tendencia silenciosa avanza sin regulación ni análisis: la adicción nocturna al streaming basura. Plataformas como Bigo Live, YouNow, TikTok Live y otras aplicaciones menores han logrado lo que antes parecía impensable: convertir a miles de adultos en espectadores fieles de transmisiones sin contenido, protagonizadas por usuarios que se autoproclaman “influencers” a pesar de tener entre cinco y veinte espectadores por emisión. Lo que aparenta ser entretenimiento inofensivo está dejando consecuencias psicológicas, económicas y sociales cada vez más evidentes.

Los datos más recientes revelan una realidad incómoda. El adulto mexicano dedica en promedio 3.5 horas al día al contenido en vivo, de las cuales el 28% se consume en transmisiones de bajo valor: pleitos, chismes, indirectas, ataques entre usuarios y drama improvisado. Además, el 17% de los usuarios nocturnos permanece conectado entre las doce de la noche y las cuatro de la mañana, sacrificando descanso, productividad y convivencia familiar con tal de ver a desconocidos insultarse, llorar o pedir regalos virtuales. Millones de adultos están renunciando al sueño y a la salud por contenido que no aporta nada.

Las cifras internas de Bigo Live y YouNow muestran que el 82% de los streamers tiene menos de veinte espectadores, y aun así presumen ser figuras públicas, artistas digitales o “líderes de opinión”. La realidad es mucho más simple: la mayoría no genera ni 800 pesos mensuales y su “audiencia” es tan pequeña que cabe en un taxi. Su contenido depende del escándalo, no del talento. Estas microaudiencias sostenidas por el morbo funcionan como una economía emocional frágil donde cada insulto busca retener a los pocos usuarios conectados.

Pero el fenómeno va más allá del escándalo. Una práctica cada vez más común entre estos pseudo streamers consiste en dejar el live abierto, sin aparecer en pantalla, sin hablar, sin aportar absolutamente nada. Simplemente colocan música de fondo o reproducen listas interminables de sonidos mientras esperan que algún usuario envíe regalos virtuales como incentivo para que la transmisión continúe. En estos espacios vacíos, lo único que está presente es el chat, donde adultos interactúan entre sí como si la ausencia del creador no importara. Esta dinámica expone una verdad brutal: no es necesario crear contenido; basta con estar “en vivo” para intentar generar dinero.

Algunos van más lejos y colocan juegos de azar improvisados, ruletas animadas, conteos automáticos o “minijuegos” visuales que se repiten de forma mecánica, diseñados para mantener la atención del usuario sin que el streamer tenga que participar. El mensaje implícito es perturbador: no se necesita talento, interacción ni presencia; basta con un espacio vacío y un algoritmo activo. Para muchos adultos, esta ilusión de entretenimiento es suficiente para quedarse horas conectados, consumiendo estímulos sin sentido y aportando dinero a alguien que ni siquiera está frente a la cámara. Esto demuestra que la presencia humana ha sido sustituida por la expectativa de recompensa, alimentando un ciclo de consumo pasivo donde el espectador es el único que pierde.

El gasto económico es otra fuga silenciosa que afecta miles de hogares. De acuerdo con Digital MarketInsights (2024), el usuario promedio de Bigo o YouNow gasta entre 120 y 450 pesos al mes en regalos virtuales: corazones, insignias, efectos visuales o iconos animados, que no tienen valor real. Un 9% gasta más de mil pesos mensuales y un 2% supera los dos mil quinientos, generalmente sin darse cuenta. Dinero real entregado a personas sin preparación, sin propuesta, sin formación y sin contenido tangible. Todo esto sostenido por adultos que dedican horas a financiar transmisiones sin objetivo.

Las investigaciones sobre adicción digital señalan consecuencias alarmantes. El 46% de los usuarios siente ansiedad cuando su streamer nocturno no está en vivo. Un 33% admite que su humor depende del drama que consumió la noche anterior. El 21% pierde productividad al día siguiente por falta de sueño y un 29% reconoce descuidar la convivencia familiar por estar conectado. Este patrón es identificado por especialistas como “dependencia de estímulo social digital”, una adicción construida sobre el conflicto ajeno y, cada vez más, sobre transmisiones donde ni siquiera hay contenido humano.

La realidad es incómoda: los adultos no solo consumen contenido basura… lo financian. Cada peso que gastan prolonga riñas, chismes, gritos, burlas, indirectas falsas y ahora también transmisiones vacías que solo buscan activar recompensas digitales. Lo más grave es que lo patrocinan noche tras noche, reforzando un sistema donde el drama, la ausencia y la música de fondo se convirtieron en la principal moneda emocional.

En paralelo, muchos streamers se autoproclaman líderes de opinión, comediantes o artistas, pero en realidad son personajes creados para generar conflicto y obtener regalos digitales. Su “influencia” desaparece en cuanto cierran la aplicación. Sin regalos, sin drama y sin estímulos automáticos, no existe nada.

El problema mayor recae en la degradación del espectador. El contenido basura existe porque hay adultos que lo consumen y lo sostienen. No son adolescentes; no son curiosos ocasionales. Son adultos que prefieren un pleito digital antes que una conversación real, que conocen más sobre streamers desconocidos que sobre su propia familia, que gastan dinero en personas que nunca recordarán su nombre y que sustituyen la vida social auténtica por la falsa sensación de pertenencia que da un chat nocturno. La pantalla se convierte en su hogar emocional; el streamer o incluso la música en un cuarto vacíoen su influencia emocional primaria; la vida real, en algo secundario.

Si las tendencias continúan, México enfrentará una generación de adultos crónicamente cansados, con baja capacidad de concentración, endeudados por microtransacciones inútiles, enganchados al drama y desconectados emocionalmente de su entorno. Todo por dedicarse a ver a “influyentes” que no influyen en nada y cuya audiencia apenas llenaría una sala de espera. Esta epidemia invisible es ya un problema de salud pública.



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