Alberto Martínez Mayo 13 2023
| |
El enojo es una de las emociones básicas; aunque se le ha catalogado como negativa, es totalmente funcional y adaptativa. Tener esa emoción está bien, afirmó la académica de la Facultad de Psicología de la UNAM, María Teresa Monjarás Rodríguez.
Se nos ha hecho pensar que ese sentimiento no debe aparecer, aunque es totalmente válido. Por eso es un error decirle a alguien: “no te enojes”. Ante una situación donde alguien me está ofendiendo o algo me genera frustración, nos podemos sentir así. Sin ese enfado sería difícil adaptarnos a algunas situaciones; por ejemplo, una de sus funciones es poner límites, acotó.
No obstante, hay que diferenciar la emoción de la conducta; lo que hago cuando me irrito, es distinto. Hay conductas productivas y otras que no lo son, y esa es la diferencia que hay que marcar a los niños. “Puedes enojarte, pero no puedes pegar, gritar o lastimar a los otros o a ti mismo”, aclaró la experta.
En la conferencia ¿Cómo ayudar a mis hijos en el manejo del enojo?, dentro del ciclo UNAMirada desde la Psicología, la universitaria recomendó a madres, padres y docentes observar cómo expresan su molestia ellos mismos (gritando, respirando profundo, etcétera) porque los menores aprenden de lo que ven. “De nada sirve que si mi hijo se enoja yo le dé una cátedra de por qué no debe gritar o pegar, si cuando él hace una travesura yo respondo de la misma manera”.
Además, deben revisar si en la familia de origen los dejaban expresar el enfado o se reprimía; hay que reconocer lo qué aprendimos de nuestros padres y qué mensajes nos daban: “solo los niños malos se enojan” o “si te enojas te ves feo”. Todo eso es incorrecto.
Posteriormente hay que identificar lo que le molesta y por qué. Puede ser que trate de llamar la atención, que piense que una situación es injusta, no quiera compartir sus juguetes, desee tener más tiempo con sus progenitores, se sienta abandonado o rechazado, etcétera. “Hay que ir más allá del berrinche, y ver qué me quiere comunicar a través de su enojo, qué quiere lograr”.
Los padres deben recordar que cuando les pegan a sus hijos les enseñan que la violencia es una forma aceptable de responder al disgusto. Queremos modificar esos patrones, aquellos donde la mamá daba el “chanclazo” o el profesor le aventaba el borrador al alumno, porque ello puede propiciar que más tarde los menores sufran o practiquen bullying.
Las consecuencias pueden ser físicas, psicológicas y cognitivas; se ha visto que los niños violentados tienen más dificultades para aprender y mayores problemas de atención. Por todo ello, “es muy importante no normalizar la violencia”.
——Estrategias
Monjarás Rodríguez explicó que existen estrategias para desahogarnos, calmarnos y de autocontrol. Dentro de las primeras, el niño le puede pegar a un punching o a una almohada, porque no se daña; o puede correr, brincar o patear un balón.
Para calmarse, los padres pueden ayudarlo a respirar profundamente, acompañarlo a su habitación o emplear la técnica de la tortuga, donde se le pide que cuando está enfadado se ponga en posición de tortuga, respire cinco veces profundo y cuando esté listo “salga del caparazón”; si no lo está, debe quedarse en esa postura.
También se puede realizar la actividad del fideo, que crudo es rígido y se rompe fácilmente, pero cocido es suave y flexible. Se le pide al pequeño que trate de ser como un fideo cocido, es decir, aflojar el cuerpo. Se le invita a que hable con él: “dile a los dedos de los pies que se muevan”, y así con cada parte hasta que se sienta relajado.
Con los adolescentes, aconsejó, se debe reflexionar sobre qué los enoja; qué sienten y en qué parte; por ejemplo, la cabeza caliente o temblor en una parte del cuerpo, para que, a partir de esa primera señal, se detenga y emplear una estrategia. “Hay que detectar conductas constructivas y destructivas, y ver sus consecuencias”.
La familia es un pilar. En casa no se deben obviar reglas como: aquí no se pega, tampoco se grita, ni se dicen cosas hirientes; por el contrario, hay que nombrarlas y determinar qué pasa si alguien no las cumple, detalló. Las consecuencias pueden estar relacionadas con una pérdida de privilegios, pero no como castigos, y deben ser inmediatas.
Cuando ocurre un enojo, hay que dar tiempo para que la familia se tranquilice; al haber factores estresantes y estar tensos, hay que tomar distancia, salir o tener un momento para mantenerse solos y reflexionar o hablar con un familiar o amigo. “Una vez que pasa, como familia hay que establecer qué fue lo que pasó, cómo nos sentimos, qué cambiaríamos, qué podemos hacer”.
Algunas autoras, como Harley y Havighurst, refieren de estrategias para manejar peleas entre hermanos o compañeros de escuela. Cuando se trata de desacuerdos normales, se puede dar oportunidad a que ellos lo solucionen.
Si escalan, el adulto se puede acercar y reconocer la emoción: “ustedes están enojados el uno con el otro; uno quiere sostener el juguete y el otro cree que ya es su turno de tenerlo. Esta situación es difícil, sólo hay un juguete y hay dos niños, ¿qué vamos a hacer? Sé que ustedes podrán llegar a un acuerdo que sea justo para ambos”.
En caso de que la situación se torne peligrosa y existe la intención de golpearse, hay que ponerse en medio y preguntar qué sucede, si es un pleito o un juego porque las peleas no están permitidas; “si eso no es divertido para ustedes, hay que parar”.
Si ya se están golpeando hay que describir la situación: veo a dos niños muy molestos que están a punto de lastimarse o ya se están lastimando. En este momento no es seguro que estén juntos; necesitan calmarse. Así se pone un alto determinante, sin violentar ni agredir a ninguno.
Después hay que hablar, preguntarles qué pasó. Los participantes deben dar su versión, y el adulto repetir lo que escucha para reflejar que está entendiendo y preguntar: ¿qué podemos hacer la próxima vez?
Cada niño es diferente, razón por la cual se deben buscar estrategias, como escuchar música, ejercicios de respiración, bailar. Debemos estar atentos a lo que les gusta, los tranquiliza, los hace perder la paciencia o enfurece, y reconocer sus emociones, finalizó Monjarás Rodríguez.